Desde que nacemos, e incluso antes de nacer, nuestro entorno va tomando decisiones que determinan cómo debemos construir nuestra identidad en relación al sexo al que pertenecemos. Pantalón o falda, coches o princesas, rosa o azul.
Según los roles tradicionales de nuestra sociedad, las chicas deben ser sensibles, cuidadosas y colaboradoras, y los chicos deben ser fuertes, independientes y brutos.
El sistema de sexo-género define una forma determinada de ser, sentir y desear para los hombres y una forma determinada de ser, sentir y desear para las mujeres, y además ambos sistemas están enfrentados, es decir, si eres hombre has de ser lo contrario que una mujer y viceversa.
Los límites del modelo tradicional de feminidad y masculinidad están claramente definidos desde las edades más tempranas bajo el discurso de lo natural y lo biológico, “los chicos son más brutos por naturaleza, las chicas biológicamente son más débiles, etc.…….”, así cuando un niño o una niña los cruzan, el resto les recuerda que esa actitud es impropia de su sexo y que debe ajustarse a las normas para ser aceptado o aceptada.
Tod@s hemos hecho o hemos dejado de hacer cosas por miedo a que no nos comprendan, respeten y acepten, pero en ocasiones nos sentimos fuertes para rebelarnos, y esa fortaleza es todavía mayor cuando las personas que nos quieren nos apoyan y nos aceptan como somos. Personas cuya estima nos ayuda a enfrentarnos a burlas o desprecios.
Fuente: La peluca de Luca